María: | Hace unos años, cuando visité México, pude probar platillos que raramente se consiguen fuera del país. Esto incluye algunas comidas con insectos que para los extranjeros resultan bastante inusuales. Por ejemplo, los “chapulines”, nombre que usan en México para varios tipos de saltamontes y grillos. También el “chinicuil” o gusano del maguey. Y, por último, los “escamoles”, que son las larvas de una hormiga. A pesar de la impresión inicial que causa verlos en un plato, pude degustar estos tres insectos. Pero quiero decir que no lo hice para alardear o porque alguien me hubiese desafiado. Lo que quise fue entender un poco mejor esta tradición que existe desde hace muchos siglos. Los pueblos prehispánicos pudieron sobrevivir en parte gracias al alto valor nutritivo de todos los insectos comestibles que hay en la región. De hecho, el misionero franciscano Bernardino de Sahagún, autor de la Historia general de las cosas de la Nueva España, pudo identificar 95 especies que los nativos consumían en el siglo XVI. De todos ellos, sin embargo, debo decir que hay uno que no me atrevería a comer. |