Una estrategia arriesgada
El miedo es un factor tóxico en cualquier sociedad. De esto siempre han sabido aprovecharse los líderes populistas, aquellos mesías manipuladores que, apelando a las emociones, temores y fobias de la población, prometen la vuelta a un supuesto pasado idílico. Las crisis económicas, las grandes migraciones humanas y la teórica pérdida de soberanía nacional ante las instituciones internacionales siempre son el caldo de cultivo del cual se aprovechan los líderes de la extrema derecha para pescar votos en río revuelto. Ante el peligro de que continúe aumentando la popularidad de estos partidos ultranacionalistas que, a lo largo del sangriento siglo XX, tantos males ocasionaron, los países de la Unión Europea se encuentran ante el difícil dilema de escoger entre las siguientes alternativas: crear una especie de cordón sanitario entre los demás partidos para que las fuerzas xenófobas jamás logren formar parte de una coalición de gobierno (caso de Alemania y Francia); endurecer las propias políticas migratorias y antieuropeístas para así apropiarse del discurso de la ultraderecha y poder robarle los votos (caso de Polonia, Hungría y República Checa); o por último, permitir que la ultraderecha forme parte del gobierno con la esperanza de que así, a través del desgaste que siempre lleva consigo el ejercicio del poder, se vea interrumpido su ascenso popular.
Un amante celoso y despechado
Quizá estoy pecando de simplismo, pero cada vez me convenzo más de que comprender el funcionamiento de la mente de Trump es mucho más sencillo de lo que parece. Simplemente hay que entender que Trump, dentro de su desenfrenada megalomanía y su narcisismo pueril, no puede soportar que su predecesor en el cargo, Barack Obama, despierte mayores simpatías que las que él mismo puede suscitar. Supongo que es algo parecido a los celos retrospectivos que todos, en alguna ocasión, hemos experimentado cuando sospechamos que nuestra pareja actual estuvo más enamorada de algún ex en el pasado. Y claro, l
Un final de carrera “de fotografía”
Finalmente ha llegado la hora de la verdad. Mañana, 21 de diciembre, se realizará una de las elecciones más trascendentales que se hayan convocado en los últimos cuarenta años de democracia española. Aproximadamente cinco millones y medio de electores catalanes depositarán unos votos que decidirán no solamente el destino inmediato de Cataluña, sino que también influirán en la situación política española e incluso internacional. Es por ello que todos los ojos de Europa están puestos sobre estas elecciones, las cuales podrán marcar la defunción definitiva del proceso independentista, o por el c
El peligro de lucir los colores de una bandera
No sé si heriré la sensibilidad de alguien que me esté escuchando, pero siempre he pensado que no existe ningún tipo de nacionalismo bueno. Los hay malos y peores. Todo nacionalismo, por definición, se basa en la apología demagoga y narcisista de esos pequeños detalles que marcan las diferencias con los demás. Y cuando digo los demás, me estoy refiriendo por supuesto a los vecinos más cercanos, aquellos con los cuales justamente un nacionalista desea establecer las mayores distancias. Por tanto, cuando un nacionalista presta más atención a las diferencias que a las semejanzas que le une a sus
España inicia el camino para dejar de considerar a los animales “cosas”
Siempre he pensado que la más aguda inteligencia puede convivir sin contradicción alguna junto a la más profunda estupidez. Esto es algo que podría ser aplicado a René Descartes, el célebre filósofo y matemático que, además de legarnos el “Discurso del Método” a mediados del siglo XVII, también es el responsable de uno de los pensamientos más crueles e idiotas que han podido elaborarse a lo largo de la civilización humana: la idea de que los animales no son más que artefactos que gimen a causa de desperfectos mecánicos internos. Aquel pensamiento, si es que puede ser calificado como tal, no só