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Creo que desde que tengo uso de razón, siempre me he preguntado por qué la gente tiene necesidad de casarse. Bien es cierto que las cifras de matrimonios, al menos en los países más desarrollados, tienden a disminuir año tras año (en España, por poner un ejemplo, el número de divorcios al año ya ha superado al de matrimonios). Sin embargo, muchísimas personas aún preservan la ilusión de contraer nupcias con esa persona que, en teoría, ha de acompañarles por el resto de su existencia. Supongo que se trata de los últimos residuos de una educación religiosa que, aunque ya esté en retirada en las aulas del Primer Mundo, aún ejerce cierta influencia en el inconsciente colectivo. Pero si me parece extraño que alguien, al día de hoy, desee contraer matrimonio, me parece aún más incomprensible que una persona homosexual desee hacerlo. Tomando en cuenta que las instituciones gubernamentales, por no hablar de la Iglesia, siempre han reprimido a los homosexuales, negándoles participar, entre muchas cosas, del absurdo juego matrimonial, pues… no veo yo la razón de que justamente esas personas deseen ahora formar parte de ese mismo sistema opresor. No sé ustedes, pero yo lo veo como una manera de dar las gracias a quien siempre te ha maltratado y “ninguneado”. Si como heterosexual siempre me he opuesto al matrimonio, pues como homosexual ya no les quiero ni contar. “No, muchas gracias, no quiero saber nada de ustedes”, sería mi orgullosa respuesta y a continuación les daría la espalda para continuar libremente mi camino.

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